Sobre un cielo de zafir, los rayos del sol bañaban el colosal Auditorio Guelaguetza. Un imponente Benito Juárez García daba la bienvenida. Al interior resonaban las notas del himno de las y los oaxaqueños: “Dios Nunca Muere”, para dar paso al primero de cuatro lunes del cerro, el homenaje racial más importante de América Latina.
En la rotonda de la azucena resonó la voz de Juana Hernández, la Diosa Centéotl -Deidad del Maíz- Con sus manos enmasilladas por los años, sostenía su cetro, su menaje fue claro: no olvidarse de los pueblos originarios.
Después, Francisco Toledo continuó inmortalizado en un mono de calenda que bailaba junto a la delegación de Chinas Oaxaqueñas de Genoveva Medina del Valle Central.
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Envueltas con flores multicolores, aterciopeladas, altivas llegaron las mujeres de Asunción Ixtaltepec para bailar sus sones istmeños y dar muestra de parte de sus costumbres y tradiciones.
En el escenario, el zapateado hizo vibrar a un auditorio que admiraba las máscaras y barbas de los diablos de la Costa, de Santiago Llano Grande. De porte macabro, los demonios arrancaron más de un aplauso.
La jarana estuvo presente con Loma Bonita, quien con el vaivén de las manos de sus habitantes mostraron el corte de la piña, para acabar bailando con la iguana.
La alegría y el disfrute de este homenaje racial no se hizo disimular en el gobernador Salomón Jara Cruz y sus invitados especiales como la secretaria de Gobernación Luisa María Alcalde; Rosa Isela Rodríguez, secretaria de Seguridad Pública.
La agilidad de las mujeres fue indiscutible. Con la fuerza de sus cabezas aventaban una y otra y otra vez a los hombres, representándose así mismas como un torito, el torito serrano de San Pablo Macuiltianguis de la Sierra Sur de Oaxaca.
Machetes en mano y la Sandunga brillaron con fuerza
Santa Lucía del Camino, representó el tradicional domingo de ramos. Minutos después a la rotonda de la azucena se presentó la Villa de Yalalag, con mujeres ataviadas con huipiles elegantes y de gran pulcritud.
Con machete en mano, llegaron, los de Ejutla de Crespo. Entre faldas avivadas por colores fosforescentes, los versos picarescos se asomaron.
Penacho en la cabeza, los danzantes de la pluma aparecieron en escena; hombres con símbolos garantes de historia, entre malinche y conquista.
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“¡Ay Sandunga mamá, Sandunga mamá por Dios, las estrellas te bajaba cielo de mi corazón!”, cantaba la istmeña de Santo Domingo Tehuantepec, mientras los hombres con gallardía y las mujeres con altivez bailaban al ritmo de sus sones.
“¡Ora tristes!”, se escuchó. Después los viejos o tiliches animaron la representación del carnaval putleco de Putla Villa de Guerrero. La picardía costeña se hizo presente con San Pedro Pochutla.
¡Oh, tierra del Sol!, fueron las notas de la canción mixteca que hicieron retumbar el Auditorio Guelaguetza. Con el vaivén de los sombreros, la nostalgia invadió a más de uno; las melodías se han convertido en el himno de los migrantes quienes añoran estar en su tierra.
Para cerrar este primer lunes del cerro, al escenario subió Pinotepa Nacional bailó al ritmo de sus sones y chilenas.