Tras conocerse el lamentable fallecimiento de la señora Cristina Pacheco el pasado jueves 21 de diciembre, los seguidores y amigos de la conductora y escritora, enviaron sus condolencias de mil y un maneras, recordando a la creadora de historias de la calle y el arrabal, como un gran ser humano, siendo una de las mejores entrevistadoras que ha dado nuestro país.
Con un estilo, serio, elegante pero muy agradable que repartía sonrisas y amabilidad para quien tuviera la fortuna de cruzarse en su camino a lo largo de 45 años de experiencia, con relatos desgarradores como el de los sismos del 85 o la despedida de su amado José Emilio Pacheco; Cristina también nos dejó joyas invaluables que nos dan la posibilidad de entender el México de hoy gracias a los personajes del ayer a través de sus múltiples entrevistas.
Una de ellas está causando revuelo en estos días de asombro y pesar por la muerte de quien hace apenas 23 días se despedía de la televisión, de su amada señal de Canal Once, en aquella ocasión se despidió para nunca más volver a su espacio en el programa "Conversando con Cristina Pacheco", esa noche señaló que se iba por fuertes problemas de salud, (hoy sabemos por su hija Laura Emilia, que padecía cáncer, mismo que fue fulminante), sus palabras entristecieron a millones de televidentes y personas de todas las edades en México y otras partes de Latinoamérica.
La entrevista a la que nos referimos se la hizo a un niño, que en aquellos tiempos, en la década de los 90, se hacía llamar cariñosamente por quienes lo conocían como "El Rojo" un niño de 10 años que se ganaba la vida estacionando autos y solía trabajar en las calles del centro de la Ciudad de México, aquel niño con su mirada profunda y ojos enormes, charló por varios minutos con Cristina sin saber que casi treinta años después, se convertiría en un símbolo de esperanza tras la muerte de su entrevistadora.
Bajo el título de "Él también habla de la rosa" de la serie de "Aquí nos tocó vivir" El Rojo le contó a Cristina, que uno de sus sueños cuando fuera grande o tuviera los medios, era tener un invernadero y cultivar rosas, como lo hacía su padre en San Martín Texmelucan en el estado de Puebla y ya entrados en sueños, le dijo que le gustaría comprar una casa en Chapultepec o en Reforma (lugares que frecuentaba todos los días por sus trayectos entre el Zócalo y la colonia Guerrero e Isabel la Católica, donde vivía).
Cristina le respondió que la charla que habían tenido era una de las más interesantes que habían tenido y no se equivocaba, el niño de 10 años habló sobre gastronomía de su pueblo con tal énfasis que se antojaba lo que narraba, de sus aspiraciones para poder adquirir por ejemplo un Grand Marquis, un auto que en aquellos años era un lujo tener o de política, cuando señaló que el gobierno debería apoyar con trabajo y dejar trabajar a quienes tuvieran necesidad en lugar de quitarles todo lo que vendían.
Una entrevista de las mejores que vimos hacer por Cristina Pacheco, sin embargo, lo mejor de todo es que al final, El Rojo y Cristina hicieron un pacto de amistad para cuándo se volvieran a encontrar se llamaran amigos, como si se conocieran de toda la vida.
Esto último ya no fue posible, pero entre usuarios de redes sociales y televidentes comenzaron a preguntarse qué fue lo que sucedió con El Rojo, y la respuesta no tardó en llegar.
José Alberto Pérez, nombre de pila de El Rojo, es ahora un hombre adulto, trabajador como lo ha sido toda su vida, dueño de su propio invernadero para cultivar rosas (tal como se lo prometió a Cristina) las hermosas color "sonia" de tono blanco y rojo, esas que eran un anhelado sueño de un niño de 10 años que pensaba en darle una mejor vida a sus padres y tener la fortuna de una familia para que sus hijos pudieran vender flores como él en la gran Ciudad de México y encontrarse como aquella mañana de 1996 con su amiga, Cristina Pacheco.